Microrrelato
06 Nov 0017Me ha apetecido participar en un concurso de microrrelatos (menos de mil palabras). Para concursar hay que publicarlo online (donde va a estar mejor que en mi blog), debe contener la palabra México y estar relacionado con el Dia de los Muertos. Que lo disfruten ;)
La madre y el padre estaban postrados sobre el cuerpo inmóvil de su hija. Ella, la creadora del espacio y el tiempo, donde todo ocurre, mantenía una forma indefinida entre antílope y una nube de polvo y hojas de colores cambiantes. Cuando lloraba predominaba el celeste y el blanco, pero cuando le habló al padre se tornó en un denso marrón y ocre.
- ¿Qué vamos a hacer? Nuestra hija no encuentra razones para vivir. No desea el mundo que le dejamos ¿Cómo hemos llegado a esto? ¿Cómo no nos hemos dado cuenta antes?
Él, que había dado forma a todos los seres vivos, fue una vez poderoso, capaz de levantar islas en mitad del océano y llenarlas de vigor. Su forma era la de un viejo guerrero abatido, traicionado por el tiempo, rodeado de un resplandor verde intenso, oscuro y luminoso, que hacía difícil adivinar su contorno. Cuando habló, una enredadera mustia cerca de unas columnas creció a gran altura y floreció con intensa belleza.
- Es culpa mía. He perdido toda mi fuerza al crear el mundo de los humanos. En acompañarlos en su gran viaje por el universo. Esperaba que su energía nos llegara de vuelta y nos llenara de dicha y felicidad. Pero aquí estamos, olvidados en nuestra obra, podría ser tanto y ya no es nada. Comprendo que no quiera estar en nuestro mundo, desolado e inane, aislado de la vida y la muerte.
- Pero no podemos dejar de llorarla, porque en ese momento se habrá ido para siempre- dijeron a la vez. La unión de sus voces alteró todo a su alrededor. Lo que parecía la sala principal de un palacio de piedra con altas columnas y grandes ventanales se empezó a transformar en una selva frondosa y rebosante. Las tres figuras yacían en el centro de un claro colmado de hermosura, como si la vegetación se hubiese preparado durante cientos de años para acoger aquel encuentro.
Un enorme pájaro llegó planeando de modo solemne. Parecía un guacamayo pero el habitual colorido se ocultaba bajo un adusto blanco y negro. La imponente ave contempló la escena y se irguió y habló alzando todo su plumaje.
- Mis amados señores Endof y Tandi. Queda poco tiempo y por ello quiero que me disculpen pues seré más breve en mi parlamento de lo que me gustaría. Hablo en nombre de todas las criaturas de Tarshish cuando digo que no queremos resignarnos a ver como su hija desaparece, y con ella el futuro de nuestra existencia. El mayor poder que tienen los humanos no es del todo suyo, ha bebido de nuestras fuentes y ríos que se acabaron secando ante su indolencia.
Sus palabras subían de intensidad, extendía las alas y las agitaba con orgullo y majestuosidad. Después inclinó su cabeza a modo de reverencia y dijo:
- Mis amados señores, dadme la oportunidad de ayudar, he oído que hay ciertos lugares, en ciertos momentos, donde el reino de los hombres rebosa magia y energía. Yo os la puedo traer de vuelta, si me concedéis una pequeña ayuda.
Mientras terminaba de hablar, una pluma de su cola había volado caprichosa y se hallaba cerca del rostro de la princesa.
La madre tomó la pluma, miró a su esposo, y éste, más por vergüenza que por esperanza, derramó una lágrima que al caer sobre la pluma se convirtió en una luciérnaga. Tandi habló por última vez:
- Lleva contigo esta portadora de luz, llévala a ese sitio del que hablas, si aún hay esperanza para nosotros, se iluminará y volverá para colmarnos de dicha. Nos renovará de maná y nuestra hija vivirá para reinar Tarshish largo tiempo.
Aproditio guardó la luciérnaga y partió sin demora. Para anunciar a sus iguales la importancia de su empresa adoptó la forma de un pelícano dorado, y voló alto y lejos, hacia dentro y hacia fuera, ayudado de otras aves más antiguas que él, que le enseñaban el camino, y otras más jóvenes, que le alentaban con su fervor.
Terminó solo, cansado y satisfecho. Miró el pueblo al que había llegado, rodeado de montañas y con una gran fiesta en la plaza central. Todo el mundo bailaba y se divertía, veneraban sus propios miedos con alegría y gratitud.
Se transformó en un esqueleto negro, con traje blanco y sombrero blanco, tocado con una larga pluma negra, y corrió hacia el centro de la plaza. Miró a su alrededor nervioso y satisfecho, esta es la energía que necesitaba. Abrió un bolsillo de la chaqueta y dijo:
- Pequeña cosita, sal, por favor, dime que no estoy equivocado, que aún hay esperanza.
La luciérnaga salió y se paró delante de él, primero un débil parpadeo, y de repente un punto tan luminoso como el resplandor de un rayo. Aproditio lloró de alegría mientras la nueva luz subía al firmamento. Cantó y bailó con el resto del pueblo, mientras otras luciérnagas venían apagadas y se iban hacia el cielo brillantes como estrellas.
Una niña que lo había visto todo se acercó a él con la mirada prendada, tratando de agarrar con la mano esos pequeños puntos de luz que revoloteaban a su alrededor.
Aproditio miró a la niña, y en sus ojos vio el poder que tanto ansiaba, se reconocieron mutuamente, de una manera instintiva, él buscaba la supervivencia y ella encontraba la belleza. Con movimiento teatral y divertido se quitó la pluma del sombrero, larga y preciosa, se la dio a la pequeña y dijo:
- Con esta pluma escribirás las historias que nos darán vida, hablarás de mis reyes y de mi mundo, y de cómo os lo dimos todo a cambio de nada. Ayuda a tu gente a imaginar un mundo mejor y otórganos el deseo de seguir nuestro cometido por mucho tiempo.
La pequeña agarró la pluma contra su pecho, cerró los ojos y dio gracias a todos los dioses por haber nacido en México.